ALBERTO AYALA
Paso a paso rumbo a la Ciudad Deportiva. Muchos viajan en
vehículos particulares: un gran cúmulo de seguidores de Los Fabulosos Cadillacs
(LFC) marcan esa brecha generacional: no son simples pubertos dependientes del
transporte público de la capital mexicana; buena dosis de fans arriban después
de una jornada laboral, como quien espera recibir el pago a su esfuerzo.
El camino rumbo al Foro Sol se convirtió en un ritual
previo: los revendedores me dan la bienvenida con un “¿te sobran o te faltan
boletos?”; a lo lejos ya se empiezan a escuchar los claxons, y los estéreos de
los automóviles acompañando la noche urbana con las mismas canciones que minutos
se habrán de escuchar –nunca he entendido eso--; la vendimia a todo lo que da,
visible en puestos con artículos “del evento”, y comida por doquier; los
cuerpos de seguridad me anuncian su presencia con sirenas deslumbrantes y su
muy singular indiferencia al espectáculo.
Los fans cumplieron. Momentos antes de que saliera Vicentico y sus secuaces, el renovado Autódromo Hermanos Rodríguez estaba cuasi-repleto y con mucha gente desesperada por entrar: ríos de gente ingresaban al recinto, eufóricos, sonrientes, motivados, básicamente felices, a pesar de haber invertido entre 600 a 2,500 pesos por un boleto. “Bien lo vale”, habríamos pensando.
“Los 30 años de los Fabulosos”, alcancé a ver en una pancarta. Las condiciones estaban dadas. Pasando las 21:30 horas se ensombrece el aposento y el griterío humano explota, quizá como en ningún otro momento de las más de dos horas que duró la presentación de los rockeros argentinos.
“El genio del dub” abrió el telón y la enjundia de las 65 mil almas se impuso dictatorial.
“Demasiada Presión”, “Mi novia se cayó en un pozo ciego” y “La
luz del ritmo” marcaron un vibrante inicio, que se fue apaciguando con el paso
de los minutos. De hecho, esa mezcla de ska-rock huapachoso mantuvo fieles a
muchos por largo tiempo; sin embargo, el peso de los años y el hartazgo de las “mismas
canciones” terminaron por exhibir a los Cadillacs.
El set list estuvo cargado de sorpresas: sólo un selecto grupo de fans pudieron corear rolas como “Gallo Rojo”, “Destino de paria”, “Hoy lloré canción”, o “Sabato”, dedicada al escritor argentino autor de “El túnel”. Lo mismo ocurrió con canciones como “Saco Azul”, “Revolution Rock” (The Clash), “Los condenaditos”, y “La música salvará al mundo”, nombre de la actual gira.
Sin embargo, la noche de ayer, LFC marcaron un parteaguas: el inicio de una decadencia irremediable, el adiós a presentaciones musicales muy bien logradas, espectáculos portentosos y magistrales; presentaciones memorables, emotivas, llenas de alegría y carnaval. Anoche fue muy distinto: Vicentico lucía apático, indiferente, cansado: a mitad del concierto pedía que la cámara principal le filmara el rostro, lo exigió en tres o cuatro ocasiones, sin éxito alguno. Su frustración era la nuestra, la de la mayoría podría decir. Fue sintomático.
Un ilustrador marcó en todo momento sus improvisadas obras
en las enormes pantallas que escoltaban el escenario, dibujando en tiempo real
monigotes coloridos en referencia a no sé qué, aunque resultó atractivo. El
rescate de un show perdido lo lograron composiciones por sí mismas geniales: “Siguiendo
la luna”, “Carmela”, “Vasos Vacíos”, “El Satánico Dr. Cadillac”, “Matador” y “Yo
no me sentaría en tu mesa”, todas ellas interpretadas con sequedad y a medio
tiempo.
No quiero ser injusto: Sergio Rotman en el sax y Sr. Flavio en el bajo se llevaron la noche con su dominio del instrumento y su carisma innegable; la intervención de los hijos de Vicentico y Flavio, en las guitarras, produjo un efecto extraño en el público: se trataba de dos jóvenes inexpertos dando lo mejor de sí, plantados en un escenario ajeno que hicieron suyo, en medio de seis quincuagenarios que recurrieron a ellos a falta de esa frescura y explosividad que da la juventud.
¿Deberían Los Fabulosos Cadillacs dejar los escenarios? Es
una pregunta pertinente. Los 30 años de éxito internacional no puede ser
abollado con este tipo de actuaciones degenerativas, por bien de ellos y de sus
seguidores. Aunque siempre queda latente el vivir de viejas glorias y explotar
la nostalgia de muchos, creo firmemente que a bandas de la altura de LFC les
espera un mejor lugar en la historia.
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